Cada día tomamos numerosas decisiones que afectan a nuestras vidas de una manera muy importante. A menudo, estas decisiones están sustentadas en intuiciones o informaciones que no han sido validas por hechos reales. Nos dejamos llevar por emociones que nos pueden llevar a resultados muy alejados de los objetivos que perseguíamos.
La toma de decisiones en política, basada en la mayoría de los votos es un ejemplo de una toma de decisiones transcendente para la sociedad y que puede no ser el proceso más adecuado, como se ha demostrado en numerosas ocasiones. Tomamos decisiones constantemente, lo sepamos o no, en numerosas disciplinas como la economía, política, sociología, legislación, etc. A modo de ejemplo, cuando realizamos una compra en una tienda, estamos tomando una decisión que puede afectar hasta en la forma de vida de las personas, medio ambiente, energía, etc.
Daniel Kahneman, el primer no economista distinguido con el Premio Nobel de Economía, demuestra en una de sus publicaciones que, con respecto a la toma de decisiones, no somos los pilares de sensatez que creemos ser.
Muchas veces resulta más fácil tomar decisiones sin el conocimiento suficiente, ya que los humanos tendemos a engañarnos constantemente construyendo explicaciones endebles basadas en creencias, emociones, intuiciones, mitología,… o el refranero si es necesario. Muchos estereotipos son perniciosamente falsos y las decisiones basadas en ellos pueden tener consecuencias atroces. Por desgracia la situación actual presenta numerosos ejemplos de errores cometidos.
Además algunas apuestas arriesgadas que han tenido éxito de manera fortuita pueden conferir a líderes insensatos un halo de audacia peligroso para todos.
Como conclusión, y una vez avisados por la tozudez de la realidad, debemos vencer la resistencia a trabajar de la parte de nuestro cerebro analítico y dedicar al proceso de toma de decisiones la atención y recursos necesarios para que sea lo más eficiente y preciso posible.